martes, 13 de enero de 2015

Las familias ensambladas





Se denomina familia ensamblada, término introducido en  Argentina por la psicóloga María Silvia  Donato a fines de la década del 80, a una familia en la cual uno o ambos miembros de la pareja tiene uno o varios hijos de matrimonios anteriores.

Si bien algunos terapeutas y sociólogos suponen que el origen del  nombre proviene de la ingeniería, su creadora afirma que la denominación proviene de la música: un ensamble donde se pueden mezclar instrumentos musicales de diferentes características. 

El acento está puesto no en lo mecánico, sino en el proceso de ajuste creativo permanente, que requiere la conformación de estas familias.

Dentro de esta categoría entran tanto las segundas parejas de viudos como divorciados y de madres solteras. Cuando comenzaron las investigaciones sobre el tema, después de la Segunda Guerra Mundial, la mayor parte de estos casos la conformaban los viudos de la guerra.

En la actualidad, el grueso de las familias reconstruidas del mundo occidental lo constituyen los divorciados con hijos que vuelven a formar pareja.

Las estadísticas sobre este tema son variables, ya que los cómputos toman en cuenta solo uniones legales de aquellos que tienen  dos o más matrimonios. 












Estos resultados no contemplan ni los hijos de madres solteras ni las segundas uniones de hecho que no han sido legalizados, lo cual es frecuente al menos en Latinoamérica. 

Además,  también las estadísticas muestran que el número de divorcios de los segundos matrimonios supera ampliamente a los del primer matrimonio. Los expertos coinciden en señalar como una de las principales causas de esta superioridad numérica el hecho de que las personas que se casan por segunda vez, ignoran las pautas de convivencia más adecuadas a su nueva familia.

Una organización de Estados Unidos que agrupa a segundas parejas con hijos, calcula qué dentro de 10 años esta será la forma más común  de organización familiar en USA.

En Europa la tasa promedio de divorcios es del 30 % de los matrimonios, siendo más alta en los países escandinavos y más baja en Francia y España. En Estados Unidos esta cifra trepa al 50 %. 

Tanto europeos como estadounidenses coinciden en el porcentaje de nuevas uniones: el 75 % de las mujeres y el 80 % de los hombres lo intentan nuevamente.

Se estima que en la ciudad de Buenos Aires, el 7% de las familias está formado por familias ensambladas. Este número creció  62  % entre 2007 y 2013. Estos son datos de la Dirección General de Estadísticas y Censos  porteña que también afirmó que más de 41000 familias existían en estas condiciones en el 2013.

Es de destacar que el grupo de 30 a 49 años concentra más de la mitad de los casos. Los integrantes de estas familias ensambladas son jóvenes. En el 75 % de los casos sus integrantes tienen menos de 50 años. 

El aumento de estas rupturas conyugales diversificó y complejizó la constitución de la familia.

Años atrás, el Senador Filmus presentó un proyecto en el que propone incorporar cambios a la reforma del Código Civil y Comercial para que las nuevas parejas tengan derechos y obligaciones con los hijos de matrimonios anteriores. La iniciativa contempla, entre otras mejoras, sustituir los términos “ madrastra “y “ padrastro” por el de “madre afin” y “padre afin”, por considerar que los primeros tienen un costado algo despectivo.















También busca que las parejas puedan cooperar en el cuidado y la educación, tomar decisiones en casos de urgencia o hasta asumir temporalmente la patria potestad en situaciones de viaje o enfermedad.

Dora Davison, de la Fundación Siglo XXI afirma que la reforma prevista viene a darle un marco a muchas de las cosas que ya suceden en la actualidad. “El que adquieran  legalidad, entre otras cosas, desmitifica muchas de las falsas creencias que aún hoy se tienen respecto de este grupo y que perjudican el proceso de integración de sus miembros”. 

Los niños que forman parte de estas familias suelen adolecer de baja autoestima porque carecen del mismo reconocimiento y validación social que los que tienen la familia tradicional.

El número de  integrantes promedio de los hogares ensamblados es de 4.4 personas, bastante más que el de los hogares nucleares que es de 3.2 y casi el doble que el promedio porteño.

Cuando ocurre un divorcio o separación en el seno de una familia, este impacta de manera directa en la estructura familiar y cada uno de sus integrantes necesita reacomodarse frente al nuevo escenario que juntos irán construyendo.

Las familias ensambladas tienen en principio, mayores dificultades para conseguir un funcionamiento adecuado y armónico. Cuando lo consiguen, en parte es debido precisamente a que cada integrante sabe que esa relación es una relación construida y que deben trabajar para mejorar el  entendimiento con el otro.

La mayoría de las mujeres y hombres consideran que los máximos beneficiados de un divorcio son los miembros de la pareja. Sin embargo, un porcentaje menor reveló que son  los hijos.

En las familias tradicionales en que los vínculos están, de alguna forma, “neutralizados “, tanto los padres como los hijos se permiten comportamientos y actitudes como si las relaciones, en el fondo, pudieran ser invulnerables a ese conflicto total, seguirán siendo hermanos, o siempre seguirá siendo “ mi madre “.
















En las familias ensambladas, la desventaja de no poder contar con esto e, incluso, la idea a priori de que puede haber intereses dispares y contradictorios, muchas veces es una ocasión para que las relaciones se construyan en  forma más deliberada y gradual y haya una mayor conciencia del esfuerzo que implican y de la potencial inestabilidad de los vínculos que, cuando las cosas funcionan, hacen que los integrantes entiendan que deben hacer un esfuerzo por mantenerlos.

Estas nuevas familias tienen una estructura diferente a las familias tradicionales: hay más vínculos, más personas involucradas, al menos tres adultos en el rol parental, niños que transitan entre dos hogares, etc. de modo que su funcionamiento es también diferente, en donde las relaciones  no se establecen de forma espontánea como en la familia tradicional, por el contrario, deben construirse lentamente “ ladrillo a ladrillo” ya que el rol  disciplinario de  la madrastra o del padrastro tarda alrededor de dos años en estabilizarse y ser aceptado por los niños; los adolescentes pueden no integrarse nunca, sin que esto sea un impedimento para el buen funcionamiento familiar.

Los niños, antes de aceptar al nuevo miembro, deben superar fuertes sentimientos de lealtad hacia el progenitor del mismo sexo. 

Ellos sienten que se encuentran nuevamente en una situación que no desearon ni eligieron y es normal que en los primeros tiempos las rechacen. 

Por su parte, la nueva esposa/o esposo, tampoco eligió a los niños y desarrollar un vínculo con ellos le llevará tiempo, como para cualquier otra relación.

Muchas mujeres sienten que deben amar desde un comienzo a los hijos del hombre que aman, y muchos hombres sienten que su deber está en poner orden en la casa de la mujer que eligieron y que, hasta ese momento vivía sola con sus hijos. 

Estas son falsas expectativas que sobrecargan el matrimonio y que conducen a la frustración y a la disolución cuando la realidad cotidiana les muestra que las cosas no son como esperaban.

Tanto los adultos como los niños pueden sentirse confundidos, enojados, abrumados, inseguros y desilusionados. Para evitar este tipo de sentimientos es imprescindible que los mayores puedan pactar acuerdos para establecer con que cuentan y que deben tener que sacrificar con la decisión que están tomando.










Una de las recomendaciones que hacen los especialistas está vinculada con la importancia de respetar los tiempos de los chicos. Si hubo una separación o divorcio de los padres de los niños, debe pasar un tiempo prudencial no menor a un año para presentar a una nueva pareja. 

Es importante que se compartan la mayor cantidad de actividades donde se pueda construir un vínculo sólido y así armar una nueva historia familiar. 

En definitiva, si los chicos sienten que siguen siendo importantes en esta nueva conformación familiar y los adultos acuerdan valores básicos, puede ser parte de una muy buena historia genuina e intensa.

Con los adolescentes, se aconseja que el progenitor sea quien se encargue de poner los límites, especialmente si se trata de autorizar salidas nocturnas. En cambio, las pautas de convivencia diaria si las puede brindar la nueva pareja.



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